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Friday, June 18, 2010

El centenario de un ciclo... de Pedro Páramo a los caciques del siglo XXI



Los tiempos de muerte parecen repetirse. El ciclo se repite. Hace 100 años las mismas condiciones existían para el pueblo mexicano. Y si no me creen pregúntenle a las bisabuelas, quienes eran violadas por los caciques, o los tatarabuelos, asesinados sin pena ni gloria por los hijos de los poderosos, entre los terregosos callejones de los pueblos que ahora ya no existen. Y detrás de la colina, detrás de 1910, había una nueva vida. Esa nueva vida que auguraba tierras para todos, escuelas para los pobres, comunidad para una buena vida. Hace 100 años vivimos la deshonra de vernos bajo el yugo de dirigentes sin corazón; dominadores, que con su prepotencia lo mismo robaban a una tierra que a una dama. Y de allí, de las cenizas del dolor, nacieron los grandes héroes, armados de coraje hasta los dientes, guiados por los que prometían regresarles sus tierras para cuando tomaran el gobierno, y el agua entonces volvería a correr. El alma parecía pudrirse para muchos, para todos los que veían el horizonte del dominador, azotados como burros para rendirle el fruto del trabajo al gran patrón. A 100 años, vemos mujeres asalariadas y hombres trabajadores esforzándose por cumplir con el nivel de producción, que no es para sí, sino para otro, y ellos se llevan una porcioncita que se llama salario, y viven una condición de mayor esclavitud que los que eran dueños de sus tierras, pobres pero más dignificados. Como en aquel tiempo, los ricos se daban el lujo de andar como quisieran y pavoneando su riqueza. Ahora, también. En aquél tiempo a la gente le daba miedo gritar, que aquella distribución de los recursos era injusta. Ahora, también. Hace 100 años creíamos que todo estaba perdido, que el alma estaba podrida, que ya nadie sabía amar o dar la vida por su pueblo. Ahora, muchos creen que eso sigue siendo verdad. Pero hubieron unos detrás de las colinas, detrás de la desesperanza, quienes no dejaron morir su corazón. Que no tuvieron miedo de perder la vida, que cabalgaron al lado de gente oportunista, pero al fin cabalgaron trayendo las buenas nuevas del cielo. A todos ellos les debemos nosotros la dignidad. De saber que jamás nos podrán matar. El anhelo de rescatar a los niños de las filas del narcotráfico, a los padres de la degradación de nuestro ejército nacional, a las mujeres de las violaciones infinitas de los machos. Dejaremos de ser un producto o una cosa, no seremos brazos sino mente, corazón, pasión, comunidad, política para la liberación, libertad. Entre tantos muertos, en una guerra supuestamente contra el narcotráfico, los miles de muertos deambulando en nuestro territorio, todos con vida pero muertos por dentro, pensando en cosas muertas, lamiendo la soledad, sintiendo que ya no vale la pena luchar por nuestros hermanitos mexicanos. Y los sueños de recuperar la dignidad, de saltarse las reglas que nos hacen ver un solo camino, el camino del miedo a no tener dinero, del miedo a perder la salud, del miedo a mirar el sol de frente y caminar hombro a hombro, con mujeres, niños y ancianos. Si son cada día más los muertos, los muertos en vida, no desfalleceremos a seguir contagiando el amor por la búsqueda de siempre una nueva vida. Una idea que nos recorrió hace 200, 100, años. Y que seremos semilla de los grandes árboles que crecerán como bosque de maderas bellas, y en 100 años, que seremos nuevamente semillas, tendrán que florecer y seguir buscándose profundamente a sí mismas. Con todo el amor por la esperanza mexicana, de todos los jóvenes, de todas las personas.
Erandi Villavicencio.

El Mundial: Del Derecho de alegrarse, a la obligación de no engañarse.




El Mundial: Del Derecho de alegrarse, a la obligación de no engañarse.



Por Octavio Valadez.



Si. Tenemos derecho a alegrarnos de que la selección de México haya ganado con vigor un partido en un Mundial.

Si. Tenemos derecho a exigir el derecho a sosegar nuestro preocupación y tristeza cotidiana con la euforia de un grito colectivo al ritmo de gol.



Pero no debemos olvidar que también tenemos el deber de sensibilizarnos ante las constantes injusticias que ocurren en nuestro país. Tenemos el deber de sentir en nuestros estómagos el dolor de aquel que mantiene una huelga para defender, no sólo su derecho a disfrutar un partido de futbol, sino sus derechos laborales que le permitan disfrutar de un trabajo digno.

Es una obligación del mexicano apagar la televisión, detener la borrachera y la euforia provocada, cuando éstas sólo sirven para encubrir y socavar las lágrimas y los gritos de aquellos que padecen y se desvanecen frente a nuestros ojos. Es una obligación del aficionado del futbol no engañarse, no dejarse llevar por la corriente mediática, cuando ésta se usa perversamente para ocultar el crimen y la impunidad de un Estado traidor (como en el caso de la guardareía ABC), de una clase económica voraz (como en el caso de las Huelgas de Cananea) y un narcotráfico despiadado y ahogado en su avaricia.



Así ha sido y así fue en esta ocasión: mientras millones veían el partido victorioso de México contra Francia, miles de maestros llegaban a las puertas de la Secretaria de Gobernación para exigir, entre otras cosas, la eliminación de la persecución penal contra profesores que rechazan la reforma Calderonista-Elbista a la educación. El funcionario Gomez Mont, al que le pagamos para que atienda la gobernabilidad de este país, no pudo atender a los maestros porque en su agenda estaba primero el tan nombrado partido de futbol. Mientras miles de aficionados colmaban el Zócalo capitalino o el Angel de la independencia, decenas de trabajadores del SME, se debatían entre la vida la muerte en una huelga de hambre que busca doblar el acero de la impunidad y la indiferencia social.



En un poema célebre sobre James Joyce, el gran escritor Borges pedía a Dios la oportunidad de llegar a la cima de un día. Esta imagen poética, es quizás la única victoria que los mexicanos trabajamos realmente: la de alcanzar la sobrevivencia de un día, la de aguantar 8 horas de trabajo mal pagado, la de salvar la situación, la enfermedad, el conflicto o incluso la desesperación familiar. La sobrevivencia es el único partido importante que nos permiten jugar los dueños de nuestro destino nacional. La victoria o fracaso mundialista, será sólo una brisa que moverá el espíritu de sentirse parte de una nación, pero el estomago permanecerá vacío después de este efímero bacanal publicitario.

Qué bueno es mantener el derecho a despejarse la mente con un partido de futbol, ¡pero cuan urgente y necesario es asumir el deber de apropiarnos de los rumbos de nuestro país!, en una guerra mundial injusta por la que llevamos siglos perdiendo y sometiéndonos ante Europa, Estados Unidos, y los dueños, mexicanos quizás, de las grandes televisoras y equipos de futbol.